Con la misma ligereza que intento retirar mi mano, ella la toma con más fuerza. Una fuerza imperceptible para alguien que no puede sostener sus propios párpados.
Desisto de mi intención y acaricio sus dedos con mi pulgar, siento su piel como si fuera papel seda. Suave, delgado y frágil. Disfruto cada minuto estando a su lado. En esa pequeña pausa de la vida intento olvidar lo que me aqueja: los afanes, el bullicio y aquello que me inquieta.
Me recuesto en ella levemente, me sostengo para no poner más peso sobre sus hombros cargados de años.
Desde ahí, escucho el suspiro de su respiración, murmullos que quieren contar toda la historia atiborrada en su memoria. Palabras que desean ser dichas, una voz que desea ser escuchada una y otra vez, pero frustrada por la crueldad de la vida que aleja de su espectro a otros oídos.
Pero en ese momento estoy ahí, dispuesto a escuchar por vez milésima esas historias. Aunque esta vez no es así, me llena de calma ese silencio interrumpido por suspiros. No sé si duerme porque sus pesados párpados casi le cierran sus ojos, pero su mano aún aprieta la mía. Tal vez mi paz es su paz, la cercanía nos tranquiliza, como si lo que ha vivido se resumiera en ese momento, como si ese fuera su propósito, su fin. Mientras que para mí es un instante, un instante que se sumará a esos momentos inolvidables donde pude disfrutarla.
Sus delgados cabellos cubren la curvatura de su espalda, una espalda cansada de arrastrar con hijos , nietos y bisnietos que tantas risas y llantos le causaron. Cansada de levantarnos y cargarnos, de empujarnos.
Mientras sigo acariciando las manos que prepararon la mejor comida que he probado, no dejo de pensar en la huella que ha dejado en mí. Mi matriarca hermosa, el origen de nuestra generación, la proveedora de amor y paciencia, la que nunca se rindió.
Mi estúpida conciencia no me deja de decir que esta sensación eventualmente tendrá fin. Lloro por dentro, niego la realidad y me apego al momento. Nunca llegará ese día, me lo repito, me miento. Sin importar lo que el destino nos depare, siempre vivirás. Vivirás en un estruendoso beso, en un abrazo de esos que quitan el dolor, en la sonrisa de aquel paseo, en aquello que es tan obvio pero no sabía y tú me lo enseñaste con paciencia, en aquellas oraciones que me devolvieron la fe o en los remedios que siempre tenías para cada enfermedad.
La única con permiso para llamarme por mi otro nombre. Aquella que tenía la última palabra. Quien bendice tanto a los alimentos como a mi frente con la misma fe.
Que vivan las matriarcas, bendita tu vida, tus llantos y tu esfuerzo. Bendigo todo de ti, tu rostro arrugado y tus luchas. Bendigo tu alma y las huellas que dejas en nosotros.
2 Comments
Uff. Que conmovedor. Me hiciste erizar la piel. Pensando en mi querida y hermosa madre. Gracias por ser tan realista.
Es un escrito con la realidad que vivimos sus nietos y es una bendición tenerla en nuestras vida…Mi abuela, mi mejor abuela como no extrañarte y recordar mi infancia a tu lado, cuando salimos a en las mañanaa a buscar mangos de tu mano. Te amo
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