Desde hace mucho tiempo nos hemos preguntado si estamos solos en el universo. Una pregunta que oculta uno de los grandes temores de la humanidad y que gracias a él nuestra civilización ha evolucionado: el temor a la soledad.
Nos preocupamos mucho por no estar solos, queremos compañía para suplir nuestra necesidad de amor, consuelo y servicio. Hemos olvidado estar solos. No deberíamos estarlo, pero deberíamos aprender a estarlo porque la soledad nos persigue en todo instante y eventualmente nos alcanzará, aunque sea por un momento.
Nuestros padres fallecen, nuestros hijos se van, nuestros amigos se casan y nuestros compañeros de trabajo son una compañía inestable y rotativa. El cartero trabaja solo, los oficinistas solo quieren que la manecilla del reloj cubra las 5 y los libere, los deportistas se marchan a casa al final del partido, el taxista prefiere a los pasajeros que se sientan atrás, al tendero solo se le ve por un minuto, nadie quiere ir al doctor y al vigilante no se le paga para que vigile sino para que esté presente en un lugar visible, como si fuera un espantapájaros.
Nos casamos para vivir por siempre con alguien, los votos nupciales nos dicen que no hay límites para acompañarnos, pero los contratos conyugales sí. La muerte acecha en cada esquina y nos puede dejar la amarga compañía de la soledad que tortura con el recuerdo.
En el manual para ser feliz ya he comentado sobre lo insignificante que somos para el universo y que toda fuente de felicidad y aceptación viene desde nosotros mismos. La clave es entender que podemos disfrutar de nuestro cuerpo y mente, crear nuestro propio escenario de felicidad y tranquilidad. Entender que somos nosotros mismos el ser más importante de nuestras vidas es lo que nos lleva a adquirir una felicidad plena. Nos desligamos de la dependencia cuando queremos caminar, comer, conversar y reir solos aunque tengamos con quien hacerlo.
Anhelamos tener a alguien para que nos escuche, cuando nuestros propios oidos están más cerca. No los vemos ni los sentimos. Cuando la soledad nos arropa, nos damos cuenta que están ahí y podemos escucharnos aunque no abramos la boca ni movamos la lengua. Nuestros brazos tienen la medida exacta para abrazarnos cuando los días fríos toquen nuestra alma. Si es necesario, cúbrase el rostro y llore, luego lleve sus manos empapadas de lágrimas hacia sus hombros, consuélse usted mismo.
No te dejes perturbar de nada ni de nadie que esté por fuera de un metro al cubo medido desde tu ombligo. No dejes que nadie entre en ese espacio sin tu permiso. Si entiendes que tu felicidad depende nada más que de ti mismo, solo permitirás el ingreso de un puñado de personas y tal vez unos cuantos cuadrúpedos. Si usted es muy delgado, dance libremente con sus brazos abiertos; si es muy bajo, salte de alegría; si su volumen es amplio, entonces invite a alguien a amontonarse con usted; si usted es muy alto, encórvese un poco.
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