Mi vecina tiene un perro que le ha dado amor y muchas canas. Ella, en cambio, lo alimenta cada día y pasa por alto todas sus travesuras.

He tenido el infortunio de escuchar a mi vecina llorar cuando su perro se escapa, sale a buscarlo con desespero. A veces lo encuentra y lo trae a punta de regaños, otras veces le toca esperar con paciencia a que recuerde el camino a casa.

A pesar de que en su casa come bien, el perro prefiere ir a buscar comida rancia en la calle. Desconozco si los perros saben que pueden enfermar por eso. Algunas veces llega y vomita por toda la sala y mi vecina con ira y tristeza limpia todo y atiende su malestar. Ella se enfada por algún tiempo, pero luego sucumbe ante su juguetona cola y el jadeo que adorna su rostro inocente que la llena de ternura.

Algunos perros de la calle, envidiosos todos ellos, se pasean regularmente por la casa de mi vecina anhelando algo de la vida que la señora le da a su perro. Él les ladra y los otros siguen caminando como haciéndose los locos. Otras veces, ella misma los espanta. La he escuchado decir a través de nuestra fina pared, que no quiere más perros, que con uno es suficiente. Incluso se atreve a decir que si su perro llegase a faltar, no tendría más porque aunque se siente feliz con él, a veces es un encarte.

Esta mañana me sorprendí de no verlo en la parada del bus, tan responsable que es.

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