Nuestra vida es un cúmulo de tiempo, vivimos años, meses y días. Toda nuestra vida está repleta de experiencias de las cuales olvidamos la mayoría. Solo atesoramos un pequeño porcentaje de ellas, las que más nos marcaron, sin importar que tan nostálgicas o agrias puedan ser.

Algunas de ellas pueden quedar inmortalizadas en una foto, gracias a nuestra muy conveniente época. Otras en cambio, tendrán que ser contadas muchas veces, quizás distorsionadas e incompletas por estar tan guardadas en un cajón de nuestra memoria. Algunas incluso serán tan épicas que tendrán la fortuna de ser heredadas y transmitidas por generaciones.

En la sala de un hombre mayor, la visita salta de ánimos al escuchar las historias y se esfuerza en recordar más, como si la tarde fuera eterna, con miedo de que la noche se tarde en llegar y las historias se acaben. Con miedo de que el silencio invite a salir algunas lágrimas que con esfuerzo se esconden dentro de los párpados. Los más astutos sacan sus pañuelos y se limpian un falso sudor que se inventan para encubrir a aquellas que logran escaparse.

Vivimos tanto y recordamos tan poco…

Se suman números a nuestras edades y nos hicieron creer que debemos avergonzarnos de ser tan viejos. Aquellos más pretenciosos prefieren decir que lo que nos falta por vivir es menos. Lo que hemos vivido no se puede cambiar, pero tenemos elección en lo que nos falta por vivir. No sabemos cuánto tiempo viviremos, pero podemos decidir cómo lo haremos. No sé si me falta más por vivir de lo que ya he vivido. No sé si deba sumar mis años o restar de los que me quedan.

En esta pequeña paradoja de la vida, que no me deja saber cuántos años sumaré, me cuestiono en elegir y pienso: ¿Menos años y más recuerdos? Me parece un trato justo.

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